Presentación La vida útil en siete fragmentos.

La historia de nuestro pequeño conciliábulo comienza con un grupo de asiduos espectadores de cineclub queriendo dar un salto, pero no adelante (hacia la pantalla), sino atrás, hacia el espacio imaginario donde toda la historia del cine está disponible para ser reorganizada y proyectada. Un grupo de gente que quiso volverse pasadora pero no para dejar de ver, sino para ver distinto. La idea del pasador —románticamente heroica en los tiempos analógicos de Langlois y emotivamente amateur y anónima en un presente de torrents y streams— implica un acto de inmensa empatía: quien le recomienda a alguien una película (o un libro o un disco) espera a cambio la felicidad del otro. Un acto simplísimo cuya “plusvalía” es el bienestar del prójimo, que al ser conquistado produce bienestar propio; es decir, bien común. Este deseo de compartir fue tomando, a medida que pasó el tiempo, formas diversas: cineclubes, una revista…